Las pataletas son unas de las situaciones más estresantes que nos toca vivir como padres, especialmente cuando son en público. Yo sufro por esa madre o padre que tiene que lidiar con un niño/a berreando en el suelo porque quiere más helado. He estado ahí muchas veces...
Observo también las reacciones de los espectadores de esta escena. Algunos menean la cabeza como diciendo "qué mala madre", otros susurran (o a veces lo dicen fuerte y claro) "iqué desagradable!", los menos miran con compasión y prácticamente nadie le dice a ese padre o madre: "ánimo, es parte del desarrollo normal de tu hijo."
Uno de los descubrimientos más importantes del último tiempo, que según mi opinión, está revolucionando la educación y la forma como nos relacionamos con los niños, es que el cerebro de un niño no funciona igual que el de un adulto. A diferencia de otros órganos del cuerpo, el cerebro de un niño no es un cerebro adulto en miniatura, es sencillamente distinto. Esto significa que no podemos esperar que un niño se comporte igual que un adulto. Y aunque los adultos también tenemos nuestras pataletas, éstas son algo esperable e incluso deseables desde un poco antes del año y hasta los cinco, seis años.
Básicamente la pataleta es una reacción del cerebro de tu hijo/a cuando FURIA toma el control igual como en el video del inicio.
Sucede que el cerebro humano tiene tres niveles, de abajo para arriba. El cerebro reptil es básicamente reactivo, por ejemplo, cuando escuchamos una ambulancia inmediatamente se nos acelera el corazón o nos sobresaltamos, es algo totalmente involuntario. El miedo y la rabia son dos emociones de este cerebro, porque son las emociones básicas de superviviencia.
Ya estarán pensando en que este cerebro tiene mucho que ver con las pataletas ¿no? El sistema límbico se conoce también como el centro de las emociones y está totalmente conectado con el reptil. En este centro emocional recibimos la información externa que nos dan nuestros sentidos, y también todas las sensaciones corpóreas que vienen del tallo cerebral. La amígdala es parte de este sistema, y cuando recibimos la alarma de miedo o rabia desde más abajo, esta se activa de tal manera que toma el control del cerebro. Esto impide que el cerebro cortical o superior funcione adecuadamente, es decir que podamos procesar lo que nos está pasando y pensar en las mejores alternativas.
El cerebro en los niños se desarrolla de abajo para arriba. Es decir su corteza cerebral está en desarrollo, y continuará así hasta los veinticuatro años aproximadamente. (Si, dije veinticuatro)
Entonces tu como adulto escuchas las sirenas de una ambulancia, te sobresaltas, y piensas debe haber habido un accidente, y sigues en lo que estabas. Logras calmarte mediante el pensamiento.
Sé que es casi imposible, pero trata de vivir esta situación sin acceso a los pensamientos. Haz click en la imagen y siente el sonido por unos momentos, nota cómo te inquietas, las sensaciones físicas. Siente el miedo. No puedes escapar de esa sensación.
Sientes sufrimiento por no poder salir de ahí.
Si, un niño con pataletas sufre, incluso más que los padres que tratan de calmarlo. Cuando se activa este circuito se liberan las mismas hormonas que cuando tenemos un dolor físico.
Así es que convengamos una cosa, a tí no te gustan las pataletas pero a tu hijo aún menos.
Ahora hay que distinguir las pataletas reales de las pataletas estratégicas. Primero decir que un niño de tres años o menos no es capaz de manipular con una pataleta (salvo que sea una estrategia aprendida de nosotros.) Desde los cuatro años pueden tener pataletas estratégicas, pero eso no significa que ya nunca sus pataletas serán reales.
En todo caso, para ningún tipo de pataleta es recomendable ceder y hacer algo que no quieres.
¿Cambió un poco tu percepción sobre las pataletas?
Ahora te propongo algo nuevo, no sobrevivir a las pataletas, sino aprovecharlas como oportunidades para ayudar al cerebro a funcionar más integrado, y para eso el objetivo no es salir de ellas lo más rápido posible, si no de la manera más conectada con tu hijo.
Lo primero que uno hace con alguien que está sufriendo es calmar y consolar. Sé que después de leer este artículo te será más fácil ponerte en la situación en que está tu hijo/a. Acuérdate de la sirena. Es más, tú mismo frente a una pataleta puedes distinguir que tu cerebro reacciona con rabia o temor, ahora podrás evitar que tu amígdala tome el control y tendrás varias alternativas para pensar antes de actuar. Si necesitas unos momentos para respirar y asegurarte que podrás actuar con tranquilidad, hazlo.
Conecta emocionalmente, esto es, primero reconocer en tí que tu hijo/a está sufriendo. Esta es una gran oportunidad de modelar para él o ella la empatía y al mismo tiempo ayudarle a recuperar el control sobre sí mismo. Luego, implica acciones, que van desde tocar amorosamente, abrazar si es necesario, tomar una mano y hasta ponerle nombre a lo que le está pasando. "Tenías tantas ganas de quedarte más rato donde el Tata.". "Te dio rabia que ese niño te quitara la pelota."
El mensaje más importante que debe recibir tu hijo es: "Te quiero y no te voy a abandonar en este momento." Eso quedará guardado en su memoria autobiográfica (en el sitema límbico) como un momento de vinculación profunda. Soy aceptado aún en mis peores momentos.
Esto es un poco más difícil, pero aún en casos donde el niño/a agrede o se autoagrede, hay que tratar de contenerlo físicamente lo más posible. He vivido esa situación y es agotador. Me pasó en una playa, yo abrazando a mi hijo para que no se tirara a la arena a patalear y esparcirla a todo el mundo. No sé si fueron más de diez minutos, pero se me hizo eterno y terminé con los brazos adoloridos por toda la fuerza que tuve que hacer. Valió la pena, sé que sí. Al final se calmó en mis brazos y pudimos hablar de lo que había ocurrido.
Este es el paso siguiente, relatar, ponerle lenguaje a la situación una vez que el niño/a se ha calmado. Esto permite ir construyendo la 'escalera de la mente', como dice Daniel Siegel en su libro El Cerebro del Niño. Es decir abrimos la posibilidad de dar sentido a lo ocurrido y eso ayuda a que el cerebro cortical superior vaya generando las conexiones neuronales. Aunque el niño/a aún no tenga tanto lenguaje, esta es la forma de ir adquiriéndolo, hablando con ellos. "Te enojaste mucho porque te quité el teléfono, estabas con tanta rabia que querías tirar las cosas al suelo. Cuando estamos enojados eso puede pasar, pero también hay otras formas de mostrarme que estás enojado, yo siempre quiero que me lo digas y buscaremos la manera de hacerte sentir mejor." Si el niño/a ya habla y puede contribuir al relato, mucho mejor. Con esto no significa que nunca más vaya a hacer pataletas, pero si le ayuda a tener más herramientas para el autocontrol, ya tiene un relato en su mente que le permitirá salir más fácilmente, pero gradualmente, de un estado reactivo.
También puedes dar alternativas para resolver la situación. "Ahora, ¿quieres ayudarme a recoger las cosas del suelo o prefieres estar un tiempo sentado y respirando para calmarte más?" "Quieres que nos quedemos en la plaza o mejor nos vamos a la casa." El dar alternativas también construye la 'escalera de la mente', porque obliga al niño/a a un pensamiento un poco más complejo y además le da la sensación de que puede tener control sobre la situación.
Y para momentos realmente intensos, buscar librar emociones a través del cuerpo ayuda mucho. Enseñarle a respirar profundo, pegarle a un cojín, gritar fuerte, correr.
Los momentos vulnerables de nuestra vida, cuando hay dolor, pueden ser los momentos de mayor conexión y amor.